viernes, 13 de marzo de 2009

ABATIMIENTO




ABATIMIENTO


I


Él hace que me sienta frágil y humana sólo por conseguir su sonrisa. Es mi premio después del día entero de trabajo opresor.

Mi desconfianza, que se ramifica y pervierte, no ha logrado hacer que su ingenuidad huya despavorida; él calma mi desesperación con un cálido mutismo mientras me acuna en la más seductora de sus miradas dormilonas, aliviando mi propio mal y el que me entregan al recorrer los arrabales de la malaventura y la depravación.



II


Él me resguarda del desamparo y me persiguen sus ojos hasta que me desvanezco entre los peregrinos del camino inagotable. En él todo es supervivencia que me advierte que no estoy sola, que –contenido- existe y resiste. Pero es tiempo de aviar el año de velatorios y ausencias, que cuando desfallece el destino el amor es quimérico y se dilata la vida como una dolencia de aguacero escarchado y abatido.


III


Él prorroga su mocedad con la naturalidad de la niñez, esquivando el sobresalto del daño; no hay castigo que detenga el gozoso éxtasis de su risa infantil. El tiempo no sabe oponerse a su entusiasmo y se deja subyugar cuando en sus ojos de noche el sol divulga su victoria, más innegable cuanto más confusa o -como ciertos océanos del trópico- más fluorescentes cuanto más negros.


IV


Él, con su serena quietud, no acepta la congoja que cimbrea mi vida y diseña cuencas en mi rostro. Se socavaría su candor si pensase que mi agonía es la sed de combate sin tregua. ¡Cómo oprime la inquietud por acuchillar la incertidumbre!

No expondré cruelmente su felicidad al secreto infortunio, centinela lúgubre que se allega clandestino como un torrente exaltado.


V


Con devoción anhelo su compañía, pero de su equilibrio me desvío con el miedo yermo a la existencia; que no es más valioso el amor que la memoria mansa que guardaré de su presencia en mi vivir más inclemente. Eternizada en el tiempo, su silueta despierta sosegadas ternuras que dulcifican mi aliento derrotado; que yo sólo obtengo nervio para ese taciturno mohín con el que el transeúnte lento avista la lejana alondra, iluminada por la postrera despedida del astro rey, valioso cómplice en este el dilatado vacío que me conduce al abatimiento.



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© MAR – 12/03/09

2 comentarios:

Simplemente Olimpia. dijo...

Ufff, he tenido que leerlo tres veces...y aún así creo que se me escapa. Densa descripción, pero deliciosa imagen de paz, la de él,...a pesar de ti y del final del día.

Mas.

Olimpia.

Mar dijo...

Esto tendré que revisarlo porque incluso para mi es complicado. El caso es que debería ser sencillo pues lo escribí "casi" del tirón.
Misterios de las musas...